Luis era un hombre infinitamente triste. Sus padres lo habían arrojado al mundo cuando cumplió 14 años, sin ningún tipo de consideración. Por lo que se vio en la obligación de buscar un trabajo.
Obtuvo su primer empleo como repartidor de diarios en un puestito de Cabildo y Juramento. Varios años más tarde supo custiodar la puerta de un cabarulo.
El lugar estaba en la calle Esmeralda, cerca de Lavalle, era un local de mala muerte, con una entrada diminuta resaltada por un cartel de mal gusto. Cuando uno entraba, descendía al infierno, sentía miedo y asco de si mismo, sin embargo elegía a una puta, la llevaba a un cuartito, hacía lo suyo, y huía.
Luis veía como los empleados del lugar cagaban a los boludos que entraban pensando que eso era un bar. También notaba que Ernesto, el cafishio, traía nenas muy chicas al lugar, no lo hacía seguido, pero eso no le sacaba las ganas de matar al hijo de puta. Y tampoco impedía que se acostase con varias prostitutas.
Las minas que estaban ahí porque disfrutaban su trabajo eran pocas, y lo recibían siempre con las piernas abiertas. Cogía con esas minas por una cuestión de principios, y porque lo hacían sentir menos miserable.
Su vida transcurrió sin grandes sobresaltos hasta que descubrió que estaba enfermo, y no tenía posibilidades de curarse. Él sabía que iba a morir, pero eso no lo asustaba, de hecho estaba mucho más preocupado por no haber hecho algo memorable en toda su corta vida.
Así es como el temor lo empujó a una especie de heroísmo, comenzó a llevarse a las chicas al cuartito, y en vez de garchar les pedía los datos de sus familias. En la mayoría de los casos alguien venía a rescatarlas.
Todo iba bien hasta que el cafishio comenzó a preocuparse por la desaparición de su mercancía, y notó que coincidía con el cambio de gustos de Luis. Ernesto decidió deshacerse de su empleado, por lo que lo llamó para hablar a solas.
Luis acudió a la cita con la determinación del hombre que sabe que va a morir. Ernesto le disparó en el estomago. Luis se le tiró encima, lo cagó a trompadas, y le rompió la cabeza con un velador. Finalmente, agarró la pistola de Ernesto y se pegó un tiro en la sien. Aún vive en la memoria de las putas.