Él estaba encerrado, maniatado y con el cuerpo en una silla de madera putrefacta, no podía ver más que un vacío negro como ese que se ve al cerrar los ojos, y su tacto palpaba un helado cañón metálico posado sobre su sien; Sabía que el disparo llegaría tarde o temprano y de hecho lo anhelaba con desesperación, ya no soportaba su propio hedor, o bien el estar cubierto por el sudor frío, su orín y su propia materia fecal, no había comido, ni bebido nada en días y estaba ahogado en su propia inmundicia. Se preguntaba si aquel que le apuntaba se atrevería jalar el gatillo y perforar así su cráneo, cerró sus ojos y no notó cambio alguno en su entorno, pero por alguna extraña razón ahora se sentía más reconfortado. Sintió finalmente el plomo atravesando su cráneo, escucho a la bala, a la risa del asesino y finalmente escucho a su sangre chorreando y empapando su cuerpo.
Horas más tarde aquel lugar frío y siniestro se vio invadido por destellos rojos, emitidos por las sirenas de patrulleros. Un grupo reducido de policías se bajó de una de las patrullas y se dirigió a una puerta entreabierta, ninguno dudo en entrar, a pesar de que sus corazones palpitaban con fuerza, sus manos temblaban disimuladamente, con el peso de las pistolas en sus manos. Ellos esperaban traspasar la puerta y encontrar al malo, soñaban con ser héroes y tocar el cielo con las manos; Pero sus ilusas cabezas nunca esperaron encontrar lo que allí vieron. Era el cadáver de un hombre de unos cincuenta años, gordo, clavo y empapado en sangre, su cuerpo manaba un olor putrefacto y al acercarse uno de los oficiales pudo observar el pantalón de la víctima sucio de orín y de excremento. Allí no estaba la gloria y solo se podía sentir el infierno en carne viva, ya sabían quien era el culpable, pero ninguno de ellos tenía el valor de perseguirlo y hacerle pagar por lo que hizo. Así que disimuladamente todos y cada uno de los hombres abandonaron el edificio, lo prendieron fuego con el cadáver dentro y se marcharon silenciosamente en sus patrullas que ahora tenían sus sirenas apagadas. Uno de los oficiales esperó una hora, tal vez dos y luego marcó el numero de los bomberos, cinco minutos después la calle se vio nuevamente invadida por sirenas, pero estás venían de otro sitio. El fuego carcomió rápidamente el edificio, ilumino el cielo nocturno y el humo ocultó las estrellas; Cuando los bomberos apagaron el incendio llegó la prensa y en la mañana siguiente en todos los diarios se comentaba como un conocido empresario incendio un viejo galpón mientras se fumaba un cigarrillo en los brazos de una puta. Todos sabían que eso era mentira, pero a nadie le importaba aquel hombre que nunca se preocupó por ellos.
Así transcurrieron esas y muchas otras mañanas sin incidentes en la gran ciudad, repleta de sangre y blasfemias.
Rant
10 years ago
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