Cuando era yo muy pequeña, a la edad de los seis o siete años me vi envuelta en la tragedia, mi padre murió y nos dejó solas a mí y a mi amada madre. Así fue como decidimos mudarnos, mejor dicho mi madre decidió mudarse para olvidar las penas y los malos recuerdos que guardaba mi vieja casa. Llegamos un día de invierno a una casa de estilo victoriano, ubicada en un pueblo pequeño, la casa era enorme, en ella había cientos de cuadros de estilo antiguo, pero lo que más llamó mi atención eran las escaleras fabricadas en madera de roble, parecían nuevas aunque tenían más de cien años. Esas escaleras conducían al pasillo superior y también a mi desgracia. El pasillo tenía cientos de puertas, y había un cuadro sobre una chimenea con los que te encontrabas apenas llegabas arriba. Había olvidado levemente lo que nos había traído a ese lugar tan maravilloso, pero a medida que recorría la casa encontraba pequeños detalle que traían a mi padre nuevamente a la vida por unos escasos segundos. Al no poder soportarlo hice lo que mejor sé hacer, aislarme, corrí en un arranque de depresión, ira, congojo y otros sentimientos siniestros y me encerré en mi nueva habitación. Permanecí allí por toda una semana, llorando, escribiendo en mi diario y escuchando Mozart, solo salía para ir al baño y de vez en cuando bajaba hasta la cocina y tomaba unos mendrugos de pan. Mi habitación fue mi santuario por muchos años en los cuales mi madre recibía notas del colegio porque yo no prestaba a atención a la profesora y tampoco tenía amigos. Esto realmente no afectaba mi rendimiento, ya que mis notas eran buenas y no molestaba a nadie. Con el correr de los años llegué a la adolescencia y aportando una nueva llama de esperanza al mundo me convertí en una chica alegre y sociable. Así como mi madre se convirtió en una persona aún más alegre que yo. Al cabo de seis años habíamos olvidado todo y simulábamos vivir una vida perfecta, pero no podríamos sustentar esta farsa por mucho tiempo, yo no lo sabía, mi madre tampoco. Por eso un viernes a la madrugada después de una fiesta de noche de brujas llegué a casa, atravesé la verja de entrada y camine por el jardín lleno de rosas rojas, vi las dos calabazas decoradas y les sonreí mientras subía los escalones y buscaba la llave de la puerta principal de un manojo de ellas. Finalmente la encontré deslicé la llave dentro de la cerradura, puse mi mano sobre el frío picaporte, que por cierto estaba más frío que de costumbre, y abrí la puerta. Un olor hediondo llegó a mis narices y una música que nunca antes había escuchado fulminó mis oídos. Solo atiné a subir las escaleras y para mi sorpresa ya no estaban ni el cuadro, ni la chimenea solo había un enorme hueco en la pared y allí estaba frío y helado el delgado cuerpo de mi amada madre colgando de una soga que se encontraba alrededor de su cuello, una silla tirada a un costado y una nota en la pared del fondo; Las lagrimas invadieron mis ojos y se derramaron sobre mis mejillas como amargas gotas de hielo. Volví sobre mis pasos con los ojos fijos en la mirada del cadáver, era inexpresiva, pero a la vez profunda, si se la observaba con detenimiento podías ver toda la vida de una persona encerrada en esos ojos. El problema es que perdida en esos ojos tropecé y caí lentamente escaleras abajo, golpeando mi cabeza varias veces contra los escalones de roble. Por ultimo mi cuerpo se desplomó en el suelo de parque con al boca abierta y la mirada borrosa. Creo que ese fue el día en que morí. El día en que toda mi vida se fue con un soplo de viento.
Rant
10 years ago
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